miércoles, 7 de enero de 2009

El che


Yo puedo tomarme vacaciones. Dejar de escribir el blog. Viajar. Leer otras cosas. Contemplar el mal. La nieve, el hielo. Pero uno siempre está consigo mismo y acaba viéndose confrontado en cualquier momento, con lo que eres y con lo que has sido.
Yo puedo verme hoy, como si fuera ayer, en una fiesta en el primer año de prepa con una boina tipo Che Guevara, con pines de los pioneros y de la bandera de Cuba, que había traído de mis visitas a los campamentos de pioneros en la isla. La portaba con orgullo, el que fuéramos tocayos, me permitía imaginar que podía usarla legítimamente.
La boina servía no solo para emular la figura del guerrillero y manifestar una cierta posición política. Servía también para darme una identidad en fiestas en que era demasiado chico para estar ahí, pero a las que iba pensando que era lo suficientemente grande para estar ahí. En todo caso, un día la boina se perdió, yo me desencanté de Cuba, de la revolución imposible, de querer ser guerrillero, y no había vuelto a pensar en eso hasta el 26 de diciembre. Fecha curiosa en que fui a ver las casi cinco horas horas del El Che, una película de Steven Soderbergh con Benicio del Toro como Guevara, en un discreto cine en el Shoho en Nueva York. Al final de la exhibición, Soderbergh discutió con el público algunos aspectos de la película.
Es raro ver a Hollywood volver a la cara, hoy, a un personaje como Guevara. Al que presenta más como un moralista, alguien que creía en la transformación del hombre por la revolución y que veía la revolución como una forma de ascesis, de camino por el cual el hombre se hacía a sí mismo mejor. Volviendo los ojos hacia una guerrilla que hoy parece aun romántica, pues su lugar lo ha ocupado las FARC y los narcos con delirios de reivindicación y justicia social, y en la que el discurso del terrorismo ha borrado casi todo atisbo de buenos fines y de ideales altos de sacrificio. Hoy solo vale morir para que yo pueda ver los Simpson el domingo o para que alguien pueda meterse una raya de coca en la disco.
No digo más, desde entonces no me abandona una sensación de extrañeza. Si el tiempo me cambia aun sin que me de cuenta, hay ciertas invariables: sigo creyendo hoy en la ascesis y en la búsqueda de la perfección, aun por los caminos más inusuales o precisamente en ellos.