Comenzó el viernes cerca de las dos. Una ventisca de motas blancas que caían como diminutos cristales fue cobrando fuerza. Al principio parecía que llovía diamiantes, pero después, al irse acumulando en la acera, en la carrocería de los coches, en los techos, los árboles y los arbustos, un fina capa de algodón helado lo iba envolviendo todo. Hoy, 24 horas después, sigue nevando y hay 10 pulgadas de nieve acumulada. La nieve es limpia y pura, cuando está intacta, y genera esa sensación de perfección cuando está inmaculada. Pero es sucia y traicionera, cuando se ha convertido en lodo por el paso de los coches, las maquinas que la retiran de las calles o cuando el paso de las personas, de los animales o del agua, la va tornando entre amarilla y negra.
De no haber visto nunca nevar, ahora me harto. Descubro, también, porque la gente intenta ignorarla y hacer, quizá de manera más limitada, su vida diaria. La nieve impone un encierro contra el que quiere uno revelarse. Caminar en ella es agotadora, pero cuántas cosas posibilita: he visto personas esquiando en la calle y en los parques. A los chicos deslizarse sobre grandes cojinetes inflados -como los que se usan para el mar o las albercas- o sobre grandes escudos de plástico que se transforman en trineos.
Afuera sigue nevando y yo he descubierto un mondo completamente distinto.
Personne pour me prévenir que je me détruis
Hace 5 años