Yo, claro, me he contagiado de esa emoción, aunque no se muy bien por qué. Quizás porque se dice que esta es la mejor época del año en Nueva Inglaterra, quizás porque, como dice una maestra de la International House, es mejor hablar de las hojas que caen que del meltown de Wall Street o del Bailout (son palabras nuevas para mi que estreno aquí sin rubor) que no pasa en las cámaras.
Son palabras que se repiten en todos lados: trumoil, meltown, bailout… en boca de todos lo expertos en finanzas que recomiendan no entrar en pánico. Son pocos los signos de que la gente común y corriente esté preocupada. Más bien parece enojada. Se ve en la presión ejercida sobre los diputados para que no pasen el plan de rescate de Bush. Se ve en el cada vez más significativo revés, en las encuestas, a McCain. Y en la pérdida de glamur de la gobernadora Palin (quién si dijo que sabía de política exterior porque desde su casa veia Rusia). Pero también se siente en la calle, pues al fin las personas platican de algo y se les nota, por decir algo, inquietas, lo que en realidad no quiere decir, aquí, gran cosa.
Pero me queda claro que esto es el otoño, y que el invierno todavía está por venir. Así que esto podrá ponerse aun más emocionante para todo el mundo. Pues a decir de los analistas, los efectos apenas comienzan a sentirse: la venta de autos en septiembre, por ejemplo, cayó un 30%. Y no se por qué, de pronto se me ocurrió que en el año en que van a demoler el estadio de los Yankees de Nueva York, tal vez esté por demolerse algo más.
Mi mujer espera que el globarl warming evite que tengamos un invierno muy frio. Yo, pesimista como siempre, estoy seguro que si estando aquí se cae la bolsa como se ha caido, también tendremos el invierno más frío de mucho tiempo. Tal vez por eso, es mejor seguir hablando de la memoria y del olvido. Del otoño y de las hojas.