viernes, 8 de agosto de 2008

2 agosto 2008

Ayer vino Bobbi y su hija. Más tarde su esposo Tom. Son vecinos que viven a una cuadra, sobre Hope. Vinieron a presentarse, con unos panecillos deliciosos, y una disposición que a mi me sigue asombrando. Terminamos yendo con ellos, Paolo, Bruno y yo, a un concierto gratuito de jazz al centro de la ciudad, por la noche. Uno de esos acontecimientos, inconcebibles en mi ciudad en México, que me hacen valorar la forma en que se apropian aquí y viven su ciudad: sobre una pequeña colina, al borde del río, en un atardecer con un cielo azul sin nubes, en que poco a poco, con la discreción que acostumbra la naturaleza, el sol va desapareciendo y en contraste, emerge de la ciudad la silueta eléctrica de los edificios, nos sentamos para dejarnos perder entre la música. El jazz tiene esa característica tan peculiar que no parece exigir una escucha atenta, sino divagante. Aquella en la que se pierde la conciencia de la escucha, para dejarse llevar por los pensamientos, y a la que se vuelve, como la música vuelve al punto que enmarca la entrada o la salida de una interpretación.

Hoy volvimos al río que recorta por un costado el centro de la ciudad, y que separa éste de la colina en que se encuentra la Universidad de Brown. Fuimos hoy porque el espectáculo era otro. Uno del que nos habían hablado mucho, porque es, probablemente, el evento más tradicional de Providence. En el waterfire se encienden, a todo lo largo del cause del río, pebeteros donde previamente se ha colocado madera. Al mismo tiempo, sobre la ribera, hay bocinas desde donde se escucha música, de modo que el espectáculo del fuego sobre el agua y la música, vuelve la ribera del río un paseo propicio en el atardecer. El evento atrae una pequeña multitud, que además tiene la ocasión de cenar en restaurantes improvisados al aire libre por diversas organizaciones, escuchar algún concierto de música promocionada por una compañía telefónica; en fin, que puede uno tomarse un helado, caminar de la mano con la novia, o perseguir a los hijos, que siempre andan un paso delante de uno.
A pesar de la atracción de los espectáculos, el tema de las escuelas –sobre todo, el tema de la escuela de Paolo- sigue siendo objeto de preocupación. Al ser una escuela pública, y al tener opiniones divididas sobre ésta, hay sentimientos encontrados en nosotros. ¿Hasta qué punto nuestros temores se basan en la realidad de la escuela pública mexicana? ¿Hasta dónde es la influencia de las películas y la televisión americana? ¿Hasta dónde la realidad de la escuela pública en este país es completamente diferente a como la imaginamos?

1 comentario:

Lienzo dijo...

Nunca he entendido a la gente que tiene a sus hijos en escuelas privadas. Me parece taaaaan extraño, será que mi familia nunca tuvo dinero ni para atisbar la idea de que algunos de sus hijos fuera allí, o de que la gente que conozco , la mayoria, vive en extraños mundooos. Ponme del lado de la opinión divida que está confundida por tales sucesos. abrazo!