viernes, 8 de agosto de 2008

5 de agosto 2008


De pronto los días se suceden rápidamente. Hay cambios definitivos en la rutina, aparecen las prisas, se altera el sopor de estos días que deambulan entre las vacaciones y las premuras. El domingo fue un día perdido en Mall. La intención era ir al cine, pero el costo de las entradas no hizo pensarlo dos veces: 12.50 por persona, que multiplicado por cuarto, más las palomitas, estaba como para buscar alternativas: el martes cuesta la mitad, 6 dólares (y además hay un combo de palomitas y refrescos por 6 dólares que está de pesarse) . Por eso volvimos hoy, para ver la Momia 3 después de tratar de hacer coincidir, en 15 minutos de deliberaciones, cuatro voluntades poco flexibles. La verdad es que la película no vale la pena, y en estas pantallas de alta definición, los efectos especiales vuelven a verse como en los años 60, sobre todo cuando son tan malos como los de la Momia.
El lunes fue el día de los grandes cambios, y de los eventos. Primero, llegó el cable y el Internet inalámbrico. A las 10 en punto, un joven simpático de la empresa Verzion, llamó a la puerta para iniciar la instalación. Nunca había tenido una experiencia así fuera de México. Me refiero a tener a un instalador en casa: la experiencia fue extraña en varios detalles. Uno, la precisión de las explicaciones, a cada paso y en cada momento. Segundo, la inesperada interrupción para comer (precedida de una explicación detallada de las razones por las que tenía, forzosamente, que hacer esa interrupción). Tercero, el regreso razonablemente puntual para terminar el trabajo, pero sobre todo, cuatro, que no hubo que firman ni de recibido y ni de entregado ni de que el trabajo se hubiera hecho (qué costumbre más insólitas da la confianza.)
Pero lo mas divertido, si se puede decir así, fue darme cuenta de lo extraño que es tener un trabajador dentro de casa se dirija a ti en un idioma extraño. Era inglés por supuesto, pero algo en la forma en que se establecen esas las relaciones con los que vienen a instalarte algo a la casa, hizo que el hecho de que me hablar en con otro idioma me resultara completamente inquietante. Es difícil decirlo con más claridad, pero la ideas que rondaban mi cabeza mientras lo veía subir y bajar, hacer perforaciones, acomodar los equipos, era la de estar en la presencia, de un ser de otro planeta.
Al tiempo que esto ocurría, Paolo, acompañado por Adriana fue hacer un examen de colocación al centro de educación pública del estado. El tema de la educción pública y el acceso a ella, es aquí un poco complicado. En general, todos con quienes hemos tratado, asumen que uno vino a quedarse (no parece existir la opción intermedia de venir a pasar solo un tiempo), y eso complica las cosas. En la cuestión educativa, porque se asume que hay que preparar a los niños para que presenten sus grados, y la visión es, por tanto, la de fortalecer el idioma más que otra cosa, pero pensando en un muy largo plazo. Además, uno no escoge la escuela, sino que esta es decidida por las autoridades a partir de una serie de condiciones y de procedimientos, en los que uno es una lotería (una forma democrática de asignar lugares en las escuelas más demandadas), algo que me hizo pensar en el Napoleón de Nothing Hill de Chesterton, en que en un futuro, las elecciones democráticas en sentido más puro, son una lotería. El caso es que, por los resultados del examen, la propuesta es que Paolo fuera a una escuela donde adquieren el segundo idioma progresivamente (la imaginación de Adriana fue pensarla como un centro de inmigrantes en un sentido muy negativo, así que no me explayo sobre eso). En cualquier caso, mientras esperamos la asignación definitiva que llegará en algún momento por correo, hemos vuelto la mirada a la educación privada también para él (híjole, lo que me va a costar).
Por la tarde, y para compensar la frustración de Paolo, decidimos salir a dar una vuelta. En la cancha de futbol americano, que es pública y que está a un par de cuadras de las casa, había unos chicos jugando Rugby y otros (no tan chicos, ciertamente, sino jóvenes de cierta madurez como yo) jugando fútbol soccer (ahora se ve mucha gente jugando soccer, algo impensable hace años). Tuve la puntada (más para que Paolo jugar que para que yo lo hiciera) de preguntar si nos dejaban jugar. Lo hicimos y yo, aun estoy tratando de desentrañar, la extraña experiencia que eso significó, pero sobre todo, de recuperarme del esfuerzo físico que me dejó, literalmente molido.
Abro ahora un espacio, breve, pese a todo, para hablar de la televisión. Esa cosa fascinante que llegó junto con el cable y que rompió la armonía idílica que es vivir sin tele.
Bruno se había hecho a la idea de que no tendríamos tele y siguiendo el consejo de Renato González, llegó a pensar que seríamos una familia integrada, que platicaríamos animadamente sobre las cosas del día, en la mesa del comedor, mientras comíamos. Pero esta tele tiene Comedy central (un canal que emite programas cómicos todo el día –produce, por ejemplo, South Park) y el influjo de los rayos catódicos lo hizo cambiar muy rápido de opinión.
Yo en realidad, nunca he sido de esa idea (ni Adriana tampoco, y por eso hay cable). En lo personal, siempre he pensado que la televisión tiene sus ventajas (que hoy incluso la hace ser un fenómeno cultural de la mayor importancia), no sólo para el olvido de sí… que cuando uno es un poco remolón para hacer yoga, es perfecto… sino para pensarse conectado con el mundo. ¿No es esto, acaso, ésta una paradoja simpática? En cualquier caso, uno no sabe lo que es realmente la televisión (ni lo que llegará a ser en algún futuro no muy lejano) sino hasta que contratas cable en Estados Unidos. No es sólo el demencial número de canales que hace impracticable el intentar ver un programa de una hora de cada canal en una semana, sino que tamaña competencia, hace que uno cobre conciencia de la cantidad de contenido que se produce. Habrá que hacer una nota sobre la programación matutina, la vespertina, los programas de jueces, la televisión local, los deporte; en fin, que habrá que escribir mucho sobre la tele, que no se limita al tema de las series (estas son como la cereza en el pastel), sino de todo ese mundo fascinante que se esconde detrás de ellas.
Pero, como decía, la tele ha llegado y eso abrevia el día. Hoy emiten Bones a las 10 y voy a estar ahí.

1 comentario:

. dijo...
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