martes, 5 de agosto de 2008

30 julio 2008


El día pasó lenta, muy lentamente. Como si no tuviera prisa ninguna en ocurrir. Y se fue, así, despacito, llenando de cosas de una manera inmóvil, casi estática…
Adriana salió temprano a ver con Mona el tema de las escuelas. Ahí comenzó el letargo. Esperamos varias horas sin que yo me decidiera ni a salir ni a hacer nada. Al final, aproveché el tiempo para terminar de leer –tumbado en uno de los porches, porque la casa no tiene uno, sino dos- La casa de Dostoyevsky, de Jorge Edwards. Una novela que bien vale un comentario: me gustó de una forma rara, extraña. Es un libro triste, sobre un poeta infeliz que arrastra el dilema latinoamericano de la política entre los 50 y los 70. Es un retrato de la ambigüedad política de los intelectuales de su falta de definición y de “compromiso”, y del resultado final de ser repudiados por cualquier gobierno de izquierda o de derechas. Sobre todo de aquellos que no son, como otros, los poetas oficiales, el emblema mismo del sistema y de la era… De algún modo me pareció identificar personajes, situaciones, hechos que relaciono con la polémica tardía, en la prepa, entre el escritor comprometido, y el intelectual liberal. Pero me gustó en parte por la reflexión, que a casi treinta años de distancia (o menos en mi caso) esa reflexión se ha vuelto humo, o un sin sentido, no sólo por la caída de las ideologías, sino por la cada vez menos clara posición del intelectual, que ya no es, necesariamente, algo relacionado con la oficialidad (aunque existe…) sino con los medios y la fatuidad mediática…
En cualquier caso, luego de leer y de pensar en todo eso… me dio por leer proyectos de tesis y avances de las mismas que tenía pendientes. Y lo hice lentamente, como pasaba el día, sin prisa, sin nada que resultara presuroso.
Y así de pronto volvió Adriana. Y lo hizo sin noticias claras, con todo muy confuso, sin que realmente hubiera ayudado mucho el que se hubiera ido a pasear. El caso es que, hasta donde ahora entiendo, el tema de las escuelas y en particular, la de Paolo es menos clara que lo que habíamos pensado –parece que el ambiente social es un poco cargado y pesado y que a lo mejor no es el mejor lugar para que asista. Pero la cuestión es que las otras opciones públicas no parecen ser accesibles o no tener lugares disponibles –esperaremos una llamada quizás milagrosa que abra alguna de esas puertas cerradas- y el asunto de pagar otra escuela si bien no es del todo imposible, si es verdaderamente una locura. Eso nos ha puesto un poco como locos, porque rompe con todos nuestros planes y nos enfrente a una posibilidad que no nos gusta: que Paolo vaya a una escuela en que no se la pasa bien, en que tenga problemas, en que algo no salga como nosotros queremos.
Esto nos dio algunas horas de angustia que por el tono del día, fueron pasando con una lentitud desesperante, como para que la angustia se quedara suspendida entre un punto y otro de la cocción de la pasta y de la carne. Pero sobre todo, en la eternidad que transcurrió en la lavandería, donde aprendimos, con una torpeza igualmente infinita, el sencillo, pero a la vez, extraño proceso de lavar la ropa y secarla. Tuvimos éxito, a pesar de los tropiezos, de la angustia, y de la lentitud con que pasaban las horas…
Después todo se calmó y comenzó a correr de nuevo el tiempo. Fui al departamento de italiano, llamé a mi suegro, leí mis correos, hablé un rato por el Chat con Ali. Y esas simple acciones fueron dándome otras fuerzas –porque ahora si resolví lo de mi tarjeta de débito y pude sacar dinero del banco- y acabamos por comprar un teléfono celular, algo que podríamos haber hecho antes, sobre todo porque Adriana comienza a extrañar su casita y su familia. Al final, de regreso, caminando con Bruno, todo fue tomando nuevas perpectivas.

1 comentario:

. dijo...
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